Hasta que me dijeron puta
			            Hasta que me dijeron puta
Y no es que una se ofenda. Las compañeras trabajadoras sexuales llevan su propia carga y quién es una para juzgarlas, pero cansa porque una siente que está llegando a un momento de la vida donde la libertad de vivir la propia sexualidad es una oportunidad y es ahí que alguien te recuerda que aun no hemos llegado a ese mundo ideal donde mujeres y hombres podemos vivir con los mismos derechos.
Había sido una semana intensa de mucho trabajo y estudios. Para colmo venía hace días con una serie de conversaciones tensas con Luciano que, entre otras cosas, me dijo que yo era "demandante" (¡plop!, no lo veo hace más de un mes). Bromas a parte reflexioné sobre si ese era el lugar que quería tener en la vida de este chico tierno, inteligente y guapo, pero que me pone ansiosa y de mal humor.
Esa mañana hice match con el estúpido que me insultó. Deslicé a a derecha porque había algo tierno en su perfil. Me habló a los pocos minutos sobre trivialidades y evidenció su nulo carisma. Pensé en cancelar el match, pero simplemente dejé de contestarle y miré la cómoda de mi cuarto con el regalo de cumpleaños de Luciano que esperaba hace un mes ser entregado. Decidí que de regreso de unas reuniones que tenía en el centro de la ciudad iba a pasar a verlo.
Nos abrazamos, hablamos un par de cosas random, le entregué el regalo y me fui luego de otro abrazo apretado. Lloré todo el camino a mi casa. Luego me sequé las lágrimas y le escribí un corto mensaje: "Luciano, mi visita de hoy fue una despedida, no quiero seguir en tu vida" el se molestó, insistió con que yo era demandante, me preguntó si era un decisión tomada, le respondí que sí. Hablamos entonces de lo bueno, lo malo, aceptando que nos queremos y que la vida es una mierda. Porque una ha tenido su dosis de Corin Tellado en la vida, queridas, entonces no puede evitar las despedidas con dramatismo novelero old school. Y así terminó la historia con el (hasta ahora) único chico Tinder que he querido y que seguirá teniendo un rinconcito en mi corazón*.
Mientras continuaba con la redacción de un informe para la universidad abrí Tinder (así como de costumbre, como un acto sin pensar) y había mensajes del sujeto estúpido y sin gracia (ni siquiera me daré el trabajo de inventarle un nombre y no me acuerdo del verdadero) con el que había hecho match más temprano. Lo saludé y estaba escribiéndole un mensaje (por respeto) de que mejor era cancelar el match cuando me empezó a contar una historia triste, de abandonos, cuernos, paternidad a tiempo completo y etc. Me conmovió, debo decirlo, y no lo eliminé sino que (error) seguí hablando con él, gastando mis hermosos, preciosos minutos en esa conversación absurda contra todo mi instinto.
Primero quería saber qué opinaba él (con honestidad) de las mujeres que, como yo, vivían su sexualidad con libertad, con la libertad de un hombre.
Así llegamos a una conversación más directa y él me preguntó que si acaso fuéramos a tomar un café y él me invitara a un motel yo aceptaría. Le expliqué con paciencia (como se explica a los niños pequeños) que no podía saber esa respuesta porque aun no lo conocía. Que la química, el encuentro cara a cara y bla, bla. No se conformó con mi respuesta, pues lo que me estaba preguntando era otra cosa. Al cabo de mucho enredo, eufemismos y rodeos entendí que me estaba preguntando si yo era una mujer que tenía sexo casual, "hacer el amor" le decía a tirar... Yo no me pude aguantar la risa.
Por tercera vez tuve el impulso de cancelar el match, pero el tipo me daba lástima y las fotos indicaban a un sujeto nada de feo (y aquí yo debería poder poner uno de esos emoticones con los ojitos entornados hacia arriba, porque ¿en serio? ¿tienes cuarenta años y todavía dudas de tu propio instinto?) y le dije que no me volviera a hablar de "hacer el amor" que tenía una lista de palabras más reales para usar (folla, tirar, coger, cachar) y que sí, que yo tenía sexo casual, que no podía asegurarle que iba a suceder hasta no vernos en persona en un lugar público, pero que primero quería saber qué opinaba él (con honestidad) de las mujeres que, como yo, vivían su sexualidad con libertad, con la libertad de un hombre.
"Que eres ninfómana parece" me soltó casi de inmediato. Me reí largamente, sola en mi cama ante el celular donde aparecían estas palabras escritas, tan absurdas que parecían irreales. Me reí en un diálogo interior donde me decía a mi misma: te lo dije, te lo dije y seguiste gastando tu tiempo miserablemente. "No creo que esto vaya a resultar, pero te deseo lo mejor fulano" escribí. Entonces cometí el último error de ese día, no cancelé el match, sino que seguí en mi informe olvidando el tema por el momento. A los minutos suena la notificación de Tinder y era el estúpido que me había puesto algo como esto: "mejor que no nos veamos, se nota que eres puta, quizás hasta una enfermedad me terminarías contagiando"
La rabia se me quedó en la garganta y los insultos preparados a teclear en los dedos. Suspiré hondo y hice lo primero sensato del día (aun estoy barajando si sacar de mi vida a Luciano fue o no sensato) y cancelé el match. Volví a respirar hondo y sentí algo nuevo dentro de ésta aventura Tinder, sentí miedo. Miedo porque constaté (una vez más) que los estúpidos andan sueltos y que si bien tengo un buen instinto y he desarrollado formas de autocuidado a veces la vorágine del día a día nos quita asertividad e inteligencia y, claro, baja nuestros niveles de alerta. Y si un estúpido misógino como éste pasa mis controles y barreras ¿qué podría pasar? con dolor de estómago cerré la sesión de Tinder y desinstalé la aplicación. Por ahora, sólo chicos conocidos señoras, sólo chicos respetuosos que me aceptan como soy, que conocen mi viaje personal y se alegran de ser parte de ello con la misma libertad y respeto con que yo les acompaño recíprocamente.
Media hora después hice lo segundo sensato del día. Me puse lencería de puta, maquillaje de puta, vestido y botas de puta y me fui a un motel de putas a dejarme follar como una puta (pero sin cobrar) por Fernando que estaba de paso por la ciudad y que venia reventándome el teléfono hacia horas para verme. En el Uber de regreso a mi casa, bien tirada y relajada, pensé que ningún estúpido me iba a quitar lo que me había costado tanto conseguir: mi sexualidad, mis propios términos, mi autoestima, la dueñidad de mis orgasmos desde hoy y para siempre.
Y les dejo la canción, disfrútenla queridas señoras.
*Actualización: Ingenuidad total. Luciano sigue en mi vida, comprometido y cómplice. La historia completa en los post que siguen a este.
