Señoras, estoy de vuelta (¿pero a qué costo?)
De alguna forma, luego de este tiempo de locura y pandemia, volví a viejos hábitos. Uno de ellos, tener expectativas de ex marido. El portazo de gaslighting fue memorable y me reflejó la antigua sensación de inseguridad e insuficiencia que usualmente esa interacción me provocaba. Pero la vida tiene plot twist interesantes. El mío lo protagoniza un artista plástico guapo y bien dotado. Aquí va la historia.
Este verano, por una serie de circunstancias no previstas, terminé encerrada en casa de ex marido esperando un resultado pcr que nos tuvimos que hacer todos. Justo lo que me había prometido a mí misma que no iba a pasar, justo lo que no vine a hacer en esta ocasión. El ambiente tenso del depa me tenía desajustada emocionalmente con puras ganas de volver corriendo a mi casa y mi vida.
Ex marido tiene pareja en serio. Según entiendo una buena mujer que lo quiere. Pero, a pesar de que la relación con este hombre terminó hace muchos años, él continúa tratándome exactamente de la misma forma como cuando estábamos juntos. Desde que está con esta nueva mujer ya no me pide volver, pero su presencia es permanente en mi día a día y aún, de vez en cuando, vuelve a decir que no pierde la esperanza de que nuestra vejez sea juntos. Idea que, se supone, me debe mantener en su órbita a pesar de todos mis esfuerzos por sacudirme de esta historia que fue hermosa en su tiempo, pero que en los últimos años de su vigencia tuvo elementos tan tóxicos que salir de allí fue casi un acto de sobrevivencia, pues sentía que mi identidad, quien yo era y mis valores, se iban difuminando en esa relación insana, ansiosa y co-dependiente.
Sin embargo, también era una relación con una persona a la que me unía no solo la vida en común que se construyó en más de una década, los amigos y amigas entrañables que hicimos en esos años, sino también una comunión personal muy compleja de definir y que se relaciona con una forma de entender el mundo desde lo emocional, político e intelectual que es difícil de reeditar en la vida actual. Por ello, ha sido casi imposible cerrar del todo la puerta del "nosotros". Con todo, tengo que confesar que la situación desde hace ya varios meses me venía molestando, como piedrita en el zapato que se fue agrandando y agrandando hasta ser una roca que me dispuse a tirar desde lo más alto del acantilado de la costa verde este verano.
Así las cosas, confronté a ex marido con esta realidad y ¿qué creen? él no me había dado motivos para esta conversación. No existía más que en mi cabeza la necesidad de definiciones, ajustes o toma de decisiones (incluido el necesario divorcio que él se niega a abordar). Claro, en el pasado él me perseguía, pero ya no más. Actualmente lo mueve la culpa y el enorme cariño que me tiene ¿acaso no podemos ser amigos? él me quiere en su vida de esa forma, fraternalmente. Todo esta claro, oleado y sacramentado y, además, tiene hoy la relación más perfecta de su vida, la que cualquier ser humano querría. Ok, todo está en mi cabeza. Así se consumó la viejísima práctica del gaslighting señoras y, de pronto, como una teja del tamaño de la luna, me cayó la verdad encima: Nunca había tenido la intención de ponerle energía a la relación conmigo. Todas las demandas, palabras y gestos (que incluyen rosas rojas en mi cumpleaños, por ejemplo) han sido una forma de no perder soga ni cabra (ignoro qué parte soy yo en la metáfora) y que todo siga igual.
Obviamente al rato reconoció ciertas cosas y entendió otras, pero yo ya sabía en ese momento que no podía esperar nada más. Una vez más sería yo quien pusiera la energía para mover de lugar el estatu quo: "No es conmigo, entonces es sin mi" le dije, agregando que no íbamos a volver a tener esta conversación nunca más. Nunca más repetí como un mantra en mi cabeza mientras trataba, inútilmente, de contener las ganas de llorar.
La escena fue dramática y me sentí mal. El recuerdo del pasado se instaló como la antigua sensación de nunca ser suficiente, de estar mal, dañada, vieja, fea y gorda. Puta madre, pensé, tanta plata en terapia y estamos donde mismo. Al día siguiente el resultado de mi pcr dió negativo y me fui a un depa alquilado, necesitaba estar sola, pensar y revolcarme en el muladar de mi autocompasión por un rato. Pero en ese momento entró un mensaje en mi whatsapp, era un pintor (no de brocha gorda) que había conocido en Tinder unos días antes y que no había podido ver por la espera del pcr. Sí, había abierto la cuenta nuevamente de paso por la ciudad y ver si salía un plan casual, para pasar el rato. "¿Nos vemos? -preguntó con un emoji de sonrisa- puedo cocinarte algo rico". Que chucha pensé: "Sí, nos vemos"
Inicié el proceso de arreglarme con desazón. Iba a ser juzgada, me iba a encontrar fea, ¿a quién quería engañar? y en la última acción de la neurosis insegura que nos invade a las mujeres por nunca ser suficientes, sumergida en la peor crisis de auto-odio de los últimos años, hice el disclaimer: "por si acaso no soy una mujer guapa y soy gordita" escribí en el mensaje. Me arrepentí en el acto, pero ya lo había leído. Afortunadamente no tardó en responder "Hey, todo bien, me importa más lo que tenemos en la cabeza". Respiré hondo ¿Qué esperaba que dijera? estaba en ESE lugar de mi cerebro y me estaba afectando.
Llegué sobre las ocho de la noche y me di cuenta que la dirección no tenía número de departamento. Con la perso que me quedaba toqué todos los botones de la quinta. Salió a abrir un hombre malhumorado y le expliqué que buscaba a Camilo, pero no tenía el número interior del depa. A penas terminé de decir eso el malhumorado inició una retahíla de reclamos a media lengua mientras salía del condominio a botar una bolsa de basura, pasando sin mirarme ni ayudarme. En eso vi a un moreno con aspecto juvenil, metro setenta y una sonrisa de oreja a oreja que me tomó de los hombros y me hizo pasar dando explicaciones al malhumorado que volvía de dejar su basura en la calle. Me puse entre la puerta y el malhumorado y le pedí disculpas como una dama, con mi acento extranjero lo más disimulado posible y una sonrisa de oreja a oreja. La acción me devolvió un poco de aplomo aunque el malhumorado no aceptó mis disculpas. Entonces dejé que el moreno me condujera a su depa con suavidad, riendo y haciendo el señalamiento de que mis disculpas habían sido de lo mejor.
El chascarro funcionó de rompehielos y reímos comentando la situación y la reacción exagerada del vecino cascarrabias. Lo miré mejor a la luz y lo encontré más guapo que en sus fotos de la app. El reciente aplomo me abandonó y me sentí mal y un poco perdida en la situación, mientras él se afanaba en las hornillas de la cocina desde donde un aroma delicioso empezaba a brotar. Yo había llevado vino y empecé a hablar de ellos, solo por decir algo, tratando de mostrar que no solo era una cuarentona poco atractiva sino que algo de mundo tenía. Brindamos y Camilo me agradeció por haber llegado a la cita. Acto seguido, dio vuelta al mesón de la cocina acercándose donde estaba yo parada y, tomándome de los hombros, me miró fijo a los ojos y me dijo que me encontraba muy atractiva, que no sabía de dónde había salido ese mensaje, pero que estaba mal por escribirlo. Antes de que pudiera ensayar una respuesta me plantó un largo beso en la boca (con lengua y todo).
Señoras, en todo mi tiempo en citas tinder nunca me había pasado que el señor de turno fuera tan jugado desde el minuto uno. Le correspondí el beso con entusiasmo y mil preguntas en la cabeza, pero me sentía mucho mejor para cuando me soltó para ir a ver las ollas desde donde un leve olor a quemado empezaba a emanar. Enhebramos una conversación que reencontró los hilos que ya habíamos estado entramando en la conversa virtual. A los pocos minutos volvió a dar vuelta por el mesón para besarme y decir que se reafirmaba en que yo le gustaba mucho. A esas alturas ya empecé a reírme para adentro y la gata en celo que suele habitarme despertó del coma en que estaba para empezar a ronronear respuestas atrevidas y dar miradas coquetas al moreno que terminaba de cocinar con habilidad y soltura.
La primera botella de vino se acabó junto con la comida (que estaba deliciosa) y le advertí que la segunda botella estaba en la refrigeradora, que la trajera a la mesa por favor. La trajo, pero no se sentó sino que me miró hacia abajo y me soltó ¿la tomamos acá o arriba? entendí la propuesta y respondí "arriba, dejémonos de hipocresías". Camilo río de buena gana y me tomó de la mano para conducirme a su cuarto.
El cuarto era pequeño porque el suyo original estaba en remodelación por una fuga de agua. A penas cabía la cama, una pequeña mesa que fungía de velador y una pequeña cómoda. A esas alturas era yo misma de nuevo y le hice preguntas ingenuas mientras me acercaba a su cuerpo para que me siguiera besando. Intentó sacarme la blusa en el primer movimiento, pero estaba amarrada con un nudo a la altura del cuello. "Espera, le solté, me vas a ahorcar antes de tiempo" . No creo que nunca haya dicho algo tan atrevido a un hombre que conocía hace menos de dos horas, pero ya estaba jugada por completo. El pintor me lanzó una mirada estupefacta y empezó a reír entre divertido y nervioso, mientras yo desataba mi blusa. Reaccionó para desvestirse en dos movimientos y me encontré desnuda ante este hombre a la hora y 45 minutos de haber estado tocando todos los timbres de su condominio.
Toda yo estaba de vuelta en el ruedo, besando, mordiendo y moviéndome con mis mejores armas. Lo empuje sobre su espalda para verle de cerca. Me encontré con un miembro grande y grueso. Una buena verga señoras!! Empezamos a coger con calentura acentuada por la temperatura ambiente del pequeño cuarto. Los gritos de gata en celo no tardaron en aparecer y por un momento me avergonzó pensar que había más gente en la casa "No te preocupes, me dijo, yo me banco las citas de los demás, no hay problema" eran menos de las 11 de la noche y yo daba un espectáculo porno para toda la cuadra. Qué importa, pensé, en un rato saldré cuando todos estén durmiendo y nadie me verá la cara.
A la mañana siguiente, dando mi caminata de la vergüenza, agradecí que los roomates tuvieran la delicadeza de no bajar mientras me alistaba para salir del condominio junto a mi amante de estreno a quien, en medio de la noche de fuego y lujuria recién vivida, le había pedido que viniera a quedarse a mi depa alquilado esa misma noche. Dijo que sí con una sonrisa pícara y yo pensé a mis adentros que no sabía en qué me estaba metiendo, pero me moría del gusto.
Horas más tarde, dándome una larga ducha, el dolor en diversas partes del cuerpo me daba flash back de la sesión de sexo brutal que había tenido, sonriendo, deseando más y sintiéndome una diosa, reseteando por completo la sensación de inseguridad y fealdad que me había cagado la mente los días previos. Estaba de vuelta y, si bien eran los ojos de un tercero los que me habían dado la perspectiva, no renuncio a que un día no sea necesaria esa aprobación varonil para vivir en el amor propio para siempre. Algún día.
Les dejo un antiguo poema de Gabriela Mistral, ad hoc al post. El resto de la historia se las cuento en otra entrada.
VERGÜENZA
Si tú me miras, yo me vuelvo hermosa
como la hierba a que bajó el rocío,
y desconocerán mi faz gloriosa
las altas cañas cuando baje al río.
Tengo vergüenza de mi boca triste,
de mi voz rota y mis rodillas rudas.
Ahora que me miraste y que viniste,
me encontré pobre y me palpé desnuda.
Ninguna piedra en el camino hallaste
más desnuda de luz en la alborada
que esta mujer a la que levantaste,
porque oíste su canto, la mirada.
Yo callaré para que no conozcan
mi dicha los que pasan por el llano,
en el fulgor que da a mi frente tosca
y en la tremolación que hay en mi mano...
Es noche y baja a la hierba el rocío;
mírame largo y habla con ternura,
¡que ya mañana al descender al río
la que besaste llevará hermosura!