Aquí yo, tratando de quererme

16.01.2021

Body issues:  El drama que acompaña a la mayoría de las mujeres de nuestra sociedad. Pero ¿qué cosas están metidas en el fondo de nuestro problema de nunca ser suficientes? luego de una cuarentena del terror y con casi 100 kilos de peso, mi camino de recuperación y entendimiento recién comienza.  Hoy se los quiero compartir.

¿Perder los kilos del cuerpo y los kilos del alma sin perderse a sí misma?

¿Qué función cumple todo este peso acumulado en mi cuerpo? ¿por qué necesito comer más que el resto? ¿por qué despierto pensando en el desayuno y me acuesto pensando en qué quiero almorzar mañana?  ¿por qué no puedo amar sin comida de por medio? ¿ni llorar la tristeza y el desamor sin una pizza o comida chatarra de consuelo? ¿por qué como a escondidas si soy una adulta? ¿qué me lleva a no ser capaz de afrontar la vida sin la muleta de la comida para sentirme un poco mejor?

Escribo esto con un nudo en la garganta.  Es un nudo que lleva ya dos meses desde que  la pesa de la médica, a la que acudí cuando ya no podía realizar las tareas más sencillas de la cotidianeidad por el sobrepeso, marcó 99 kilos. La barrera simbólica de los 100 kilos estaban ahí a la vuelta de la esquina. ¿Cómo había pasado esto? ¿Cómo me había transformado de la gordita sexi y gozadora a la obesa mórbida que me devolvía la mirada desde el espejo del baño de la clínica?

Y no es que haya engordado 30 kilos en la pandemia, no.  Pero la cifra de la balanza sumada a mi creciente incapacidad de moverme por la vida me llenó de una angustia que no había sentido nunca.

Escribo esto sin respuesta a las preguntas que me hago y repito más arriba. La novedad es que nunca me había hecho estas preguntas con honestidad, nunca se me había ocurrido siquiera que hubiera algo más detrás del eterno proceso dieta-mantención-rebote que me pasa cada cinco años desde que cumplí 20.  Sin embargo, parece que lo hay.  "Vaya a terapia" me dijo la médica con energía y convicción "trabaje sus hábitos con ayuda, hágase más fuerte y luego vemos".

El primer paso fue redactar el siguiente anuncio en un grupo de bolsa de trabajo de mujeres en facebook, en el que participo con alegría desde hace un tiempo, y decía más o menos así: "chicas bellas, busco psicóloga que trabaje trastornos de alimentación".  Dicen que el primer paso es reconocer el problema y ahí estaba yo, reconociéndolo por vez primera.

Segundo paso, buscar entrenamiento.  Mover más de 90 kilos y no morir en el intento, y no odiarse queridas (porque vaya que es fácil sacar energía del odio a sí misma). Ahí estaba yo, elongando luego de la peor rutina de ejercicios de mi vida -al borde del desmayo por la fatiga- pero sintiendo que mi cuerpo me acompañaba a pesar de todo.  mirándome desde la compasión y el amor propio. Tuve que hacer enormes esfuerzos por no llorar delante de la profesora.

Pensé que parte de esa aceptación tiene que ver con el loco año de tinder y los saltos de cama en cama en los que comprendí que era una mujer intensa y atractiva con oportunidad de vivir todo lo que eligiera. Así, el caminar a un peso saludable no está de la mano del asco personal, pero sí de la necesidad de sanar (esta vez muy en serio) de las profundas heridas del pasado.

Y ahí la lenta y dolorosa tarea de enfrentar aquello que me habita desde antaño y que me lo hace tan difícil!  la enorme cantidad de energía gastada en complacer a otros, la entrega más allá de los límites personales, dejarlo todo en pos de los proyectos en los que me involucro, ser mi propia explotadora en el trabajo, la maternidad, las relaciones.  Y cuando a pesar de todo ello no tengo la capacidad de recibir el amor que viene de vuelta -muchas veces agradecido, honesto y nutritivo- llenar de comida ese vacío existencial, el abandono, la tristeza y la soledad. Llenarlo de comida para callar ese grito doloroso que inunda todo y que no quiero escuchar.

Hacerse grande para que nadie te haga daño, hacerse grande como un escudo vital que proteja a esa niña que luego de 35 años todavía me habita en un rincón de corazón, asustada y voluble.  Proteger esa vulnerabilidad sin consciencia, sin comprensión, sin elaboración de por medio.  Porque el inconsciente hace su parte quiéralo una o no lo quiera.

Comer y beber hoy día porque puede que no haya mañana, vivir así, intensamente todo, porque la gente se muere y luego qué nos queda. Comer, bailar y fornicar todo lo que se alcance antes de perderse en la oscuridad de una muerte que siento me amenaza agazapada en cualquier esquina de la vida. Vivir el ahora de la manera menos consciente, menos reflexiva, más dañina posible.

Cómo es esto, dirán ustedes, no que era la gordita gozadora que nos mostraba un camino de liberación sexual y feminista.  Y bueno, todo se vive señoras.  La libertad y la reflexión, el placer y la pausa, el odio y el amor.  Si sirve de algo, no me interesa ser modelo de nada, pero (y es un gran pero) el camino del autocuidado nunca esta asfaltado para las mujeres.  Vamos por el ripio y la trocha tratando de mantenernos intactas hasta llegar a ese buen puerto en el que estamos primeras, cultivando el respeto y dignidad de la relación más importante de nuestra vida: con nosotras mismas.


Siete semanas y siete kilos menos me siento más ágil y con energía. Lo mejor: estoy recién empezando. Obviamente, les dejo una canción. 

"Para zurcir mi vacío me pondré un dedal de cobre

muchos hilos de colores y la aguja del estío

que derrita tanto frío y me aclare las pupilas

las papilas gustativas y la pena que me abruma

cuando un árbol se derrumba vuelan miles de semillas"


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