El ego de los necesitados

15.10.2019

Hay algunos hombres que se sienten irresistibles y esperan que caigas rendida a sus pies. Pero extrañamente, cuando les ignoras lo suficiente comienzan a demandarte atención y sentimientos que no tienes a su disposición. Y una, que es una perra hasta cierto límite no más, empieza a tener lástima. Es lo que me viene pasando con este argentino. Acá la historia.

Me preguntó ¿qué piensas? y tuve ganas de dar un suspiro. Así comprendí por primera vez lo que deben sentir nuestros hombres cuando hacemos esta preguntita a cada rato.

Me lo encontré una noche de insomnio. Pelado, grandote, guapo y de barba (obvio).  Muchos tatuajes y cara de calentón. Deslicé a la derecha y saltó el match enseguida.  Me saludó y empezamos la conversación (que dicho sea de paso me tiene agotada señoras: "¿cómo estás? ¿qué buscas acá? ¿qué cosas te gustan?" debo haberlas repetido decenas de veces).  Éste era directo: trabajando temporalmente en mi ciudad, depa amoblado y céntrico, ganas de pasarlo bien sin dramas.

La conversa se puso calentona y quedamos de vernos el finde. Llegó el sábado y saliendo de una cena familiar metí un vino a la cartera y me encaminé a conocerlo.  Lo encontré en un bar de música mala y peor ambiente.  Pedí un vodka y comenzamos a hablar, no teníamos nada en común, pero el tío era divertido y conversador. Me miró y me dijo que me tenía unas ganas locas.  No hubo un segundo trago, minutos más tarde estaba yo subiendo a su depa, con el cuerpo apretado entre el tío argentino y el espejo del ascensor en una escena a lo más Grey's anatomy que hay.

El depa era pequeño y acogedor.  Me había puesto un vestido lindo que el argentino me sacó antes de cruzar el marco de la puerta de su dormitorio.  Nada de tomarnos el vino. Cuando llegamos a la cama ya estaba desnuda.  Pensé que este hombre debía llevar tiempo sin tirar, porque estaba a mil.  Mientras íbamos cogiendo y cambiando de posición, besando y mordiendo él me hablaba de lo mucho que lo calentaba, de cómo que le gustaba que hiciera esto o aquello, de lo mucho que quería cogerme y seguir cogiendo, de cuánto le calentaría que lo convirtiera en mi puto para que, así, yo llegara cualquier día sin avisar sólo a tirar con él (y aquí obviamente yo me maté de la risa, suponiendo que era una broma). Dijo mucho más, el tío narraba el polvo como si fuera partido de fútbol. Traté de seguirle la onda, pero me di cuenta que el silencio, que yo había criticado muchas veces a diversos hombres en la cama, era mil veces preferible a la verborrea ramplonamente erótica del tío argentino.

[...] el tío narraba el polvo como si fuera partido de fútbol. Traté de seguirle la onda, pero me di cuenta que el silencio, que yo había criticado muchas veces a diversos hombres en la cama, era mil veces preferible a la verborrea ramplonamente erótica del tío argentino.

Acabamos de tirar y él me hizo un gesto para que me acurrucara en su hombro, imitando el cariño cómplice de las parejas de verdad cuando se siguen queriendo después del sexo y enhebran conversaciones que sólo en ese momento pueden darse. Me acerqué y apoyé mi cabeza y  ¡adivinen! siguió hablando: ahora de su vida, hijos, parejas, mamá, papá, hermanos y un largo etc.  Yo comencé a bostezar a ver si se animaba a callarse un rato y funcionó, me preguntó si quería dormir.  Era de madrugada así que me metí debajo de las sábanas y me dormí enseguida.

Desperté muy temprano.  El argentino roncaba ruidosamente.  Me levanté, me vestí y salí con las botas en la mano para no despertarlo con el taconeo.  Una vez fuera me puse las botas, pedí el uber y me fui.  Pensé que no iba a saber más de él, pero no.  A eso del medio día me escribió preguntando cómo estaba, que no se había dado cuenta cuando me había ido, que le había gustado mucho tirar, que cuando nos veíamos otra vez.

Le respondí con evasivas y le expliqué que iba a estar varias semanas fuera de la ciudad (cosa que era rigurosamente cierta).  Me dijo que él también se iba por unos días a ver a sus hijos. Que me escribiría cuando regresara.  Pensé que la cosa se acababa ahí.

Dos semanas después me mandó un mensaje.  Me contó que estaba en Argentina y que volvía en tres días a mi ciudad. Preguntó si podíamos vernos entonces. Le dije que claro, que me avisara, pero que yo aún demoraría en volver.  Y aquí debo explicar un par de cosas.  Algo cansada y con poco tiempo que dedicar, había decidido desinstalar un tiempo la aplicación de Tinder y, por ende, ya no tenía esa "distracción".  Por eso le dije que sí, porque pensé que era mejor mantener algunas reservas en tiempos de sequía y al fin y al cabo el tío no tiraba mal.  En definitiva quedamos para vernos una noche y llegué directamente a su departamento.

Él me esperaba con comida.  Una cena liviana y algunas cervezas (no tomaba vino, me dijo, le traía malos recuerdos).  No estaba bueno, pero agradecí el gesto. Cuando terminamos de cenar se me acercó coqueto y preguntó si lo había extrañado.  Le dije la verdad, que no, que yo no extrañaba a nadie. Me besó mientras me iba metiendo las manos entre la ropa y reclamó que nunca le escribía "me tienes que llamar" dijo "pedirme coger, pedirme venir o simplemente venir" yo no dije  nada y seguí en lo que estábamos, pero comencé a pensar que era demasiada necesidad para tan poco conocimiento mutuo.

No lo pasé bien esa noche.  Él siguió hablando y tenía la virtud de bajarme la libido en vez de excitarme. Finalmente acabamos y el se acostó de espaldas a mi lado en la cama, pasando su brazo debajo de mi cuello. Yo me quedé pensando en lo que él me había dicho: si acaso lo había extrañado.  Es mentira - pensé - que nunca he extrañado a nadie, extraño a Luciano que tira mejor, conversa mejor y bebe millones de veces mejor que este señor que no mejora ni con el acento.  Y, obvio, me dio pena acordarme de mi chico genial con todos sus defectos. Preferiría tomarme un vino con Luciano sin tocarnos un pelo que estar aquí - pensé.  Mientras yo cavilaba esto el argentino hablaba y hablaba en un monólogo interminable donde yo asentía y sonreía de vez en cuando para no ser mal educada.

De pronto cerró la boca y quedamos en silencio. Me preguntó "¿qué piensas?" y tuve ganas de dar un suspiro. Así comprendí por primera vez lo que deben sentir nuestros hombres cuando hacemos esta preguntita a cada rato. ¿Le digo que estoy pensando en otro? no, para qué, me dije. "En nada" respondí y mi cerebro explotó en una certeza terrible: me estaba comportando como hombre. No tuve tiempo de darle vueltas a la idea porque el argentino soltó: "piensas que te estás enamorando de mí, que te gustaría venir a vivir conmigo y todo, ¿no?" 

Di vuelta la cabeza en cámara lenta y le dije: "de qué estás hablando boludo" con el típico gesto de la mano con que los argentinos acompañan esa frase.  Él soltó la risotada y yo también.  Reí con ganas.  Seguí riendo cuando me vestía y aun cuando me subía al uber hacia mi casa.  Cuando llegué tenía varios mensajes en whatsapp, lo dejé en visto.

No sé si este hombre está muy solo, no entiende de qué se trata el sexo casual o simplemente le gusta hacer el tonto.  Pero sigue escribiendo cada día y a mí me da una lástima decirle que no nos vamos a ver más. Pero efectivamente, esa noche de camino a mi casa decidí que no iba a volver a su depa, que tampoco iba a re-instalar Tinder y que iba a practicar el celibato al menos por unos meses, mientras reflexiono para donde se encamina esta vuelta de mi vida.  Tuve bastante y me toca procesar.  También decidí volver a hablar con Luciano y pedirle disculpas ya que creo que fue un error alejarme de ese modo y cerrar todo contacto, total, siempre fuimos buenos amigos y necesitaré compañía y mucho vino mientras termina esta reflexión. 

Pero ustedes no se preocupen porque  aún faltan muchas historias por escribir. También me pueden enviar las suyas y compartir acá otro tipo de experiencias, ya sea que me las cuenten y yo las escriba o me envíen sus crónicas anónimas.  Porque nos sirve entendernos en esta etapa donde venimos un poquito de vuelta todas, porque en la experiencia de la otra nos reconocemos y aprendemos, porque reír es gratis y tirar también.


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